Un último día en Marbella.

13:32



Marbella, 2017.


Mi plan inicial era llegar a Marbella a tiempo para ver el atardecer. Echaba de menos la playa y quería ponerme a leer en algún banco tranquilamente.

Cuando estaba estudiando me proyecté unas 8973926393 veces mirando el atardecer este diez de febrero. A las siete de la mañana, con un nuevo día esperando, cientos de folios con palabras ininteligibles y un moño que me destrozaba la cabeza de lo fuerte que me lo hacía imaginarme que terminaba los exámenes era vital. Se me hacía eterno el mirar por la ventana y ver pasar una sucesión de cielos azules y bandadas de pájaros sin poder formar parte de ese ambiente. De repente anochecía y yo seguía donde había empezado: en el escritorio estudiando unos esquemas llenos de fosfóritos y desilusiones.

Pero cuando llegué a la playa estaba prácticamente lloviendo. No había ni sol ni gente. Ni siquiera había ningún banco seco para sentarme dos segundos. Eran las seis y media y en el paseo marítimo estábamos unas tres personas. Dos chicos jugando al volley y una mujer sacando al perro a dar una vuelta. Las nubes no dejaban ver el atardecer y el frío no invitaba a quedarse mucho rato dando vueltas.
Pero me valía.
Joder que si me valía.
El haber llegado allí y haber terminado prácticamente todos los exámenes me valía. El ver cómo los tonos grisáceos del cielo se compenetraban con el agua mientras el viento me abrazaba las mejillas me encantaba. Lo necesitaba y lo obtuve.

No os puedo explicar con palabras cuán turbulenta se me ha antojado esta última época de mi vida. Cuando echo la vista atrás, no soy capaz de recordar todos los matices y momentos en los que tuve que poner muchísima más voluntad que ganas, mucho más esfuerzo que ilusión e infinita más paciencia que alegría. Por bastantes meses y semanas he estado más de diez horas en la facultad, luchando contra mis pensamientos mientras intentaba memorizar definiciones, bebiendo cantidades ingentes de tila para dormirme más rápido y resistiendo el impulso vital, básico, incontrolable y emocionante de salir del piso a hacer cosas. Este blog ha sido prácticamente lo único creativo que he hecho, ha sido una especie de salvavidas en un mar bastante rebelde.

Y hoy me encontraba haciendo una de las cosas que más me gustan en la faz de la tierra, que es vagar por las calles sin rumbo aparente escuchando más que oyendo, y mirando en vez de viendo. Escuché a unos italianos comparar el encanto de Marbella con París, a unos amigos discutir sobre qué camisetas de Ralph Lauren son las mejores, a un chico en el bus describiendo su último sueño a su amiga por teléfono, un sueño que le hizo plantearse qué siente realmente por esa chica.
Me metí por callejuelas encantadoras del centro, elegí un sitio donde cenar, volví al hostal y aquí estoy nuevamente. Mañana tengo mi último examen, un examen de inglés del que mejor no hablaré porque prefiero mantener un aura optimista en esta entrada.

Es sencillamente increíble, cómo puede cambiar la vida en tantos aspectos y de tantas maneras en escasos meses. Hoy me encontré admitiendo que no cambiaría mi presente por ningún pasado, mis planes de futuro por ninguna persona, mis aspiraciones y hobbies por nada en el mundo. Hoy me encontré admitiendome que todo el esfuerzo valió la pena y que lo mejor está a punto de empezar.

Hoy me respondí a mi yo pasado.
Me dije que finalmente fui capaz. Y que lo seguiría siendo.

Los pájaros se marchaban de la playa, pero esta vez pude seguirles el rastro hasta el horizonte, porque ya no tenía que mirarlos desde ninguna ventana.


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1 comments

  1. Leyendo un post tuyo un fin de semana, gracias!! Me ha encantado tu reflexión.

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